martes

Escritura de mujeres en Japón


Conversación entre Damián Blas Vives y Amalia Sato. Leído acá, que es parte de este blog.

Sato: (...) Me acuerdo que me había encontrado con Jaime Rest, que fue profesor mío de literatura medieval, y me dijo una vez cuando me lo encontré caminando por Barrancas de Belgrano: “Usted, tiene que traducir El Libro de la Almohada”, cuando yo tenía veintipico de años; fue una premonición que finalmente se terminó cumpliendo. Pero me interesaba lo de Japón por esa cuestión de la escritura de mujeres, esa cuestión de género que se planteaba desde acá, y siempre se hablaba de la literatura de las mujeres del siglo X en Japón. Entonces empecé a leer ese libro, por curiosidad. Después avancé con el Romance de Genji, y me llamó la atención eso, que en Japón hubiese aparecido en un momento una escritura de mujeres que hiciera que se hablara de escritura femenina en la referencia a toda la literatura japonesa. No sé si se entiende."


Seda: ¿Hablás de una característica femenina común a toda la narrativa japonesa?

Sato: Claro, o sea, las mujeres participaron del proceso de modificación de los ideogramas chinos junto a los hombres. Yo en un principio tenía una visión entre comillas feminista del papel de las mujeres, pero si no hubieran sido pares con los hombres al convertir esa escritura en la literatura amorosa, en la literatura epistolar, etcétera, no se habría conservado esa modificación caligráfica que fueron ejerciendo sobre los ideogramas, que los terminó transformando en un sistema fonético. Y esa escritura de mujeres, de mano de mujer, después hizo que se tiñera toda la literatura japonesa con el adjetivo de femenino. Todo lo que los hombres también sentían se designaba como femenino. Ese es un tema de género que hasta el día de hoy, yo creo, está trabajando en la cultura japonesa y hace que resulte tan atractiva. Lo femenino no es necesariamente mujer. Ese paso de hombre-mujer, mujer-hombre, como un travestismo cultural, que en el caso de Japón tiene su origen desde la fundación de la propia escritura. Así que bueno, ahí empezaron mis lecturas japonesas, un poco desordenadas…

sábado

Cyberfeminismo: Tecnologías de la subjetividad y políticas de género en las redes de la nueva comunicación


Ana Martínez-Collado

Apocalípticos, integrados, indecisos. Todo menos indiferentes. Las nuevas tecnologías de la información nos ofrecen aparentemente un nuevo panorama de construcción de subjetividad en el espacio virtual. Pero realmente como se pregunta Virilio seremos capaces de urbanizar, de hacer "polis"en ese espacio virtual. Ahora nos enfrentamos con una situación en la que el espacio público es reemplazado por la imagen pública. Asistimos lamentablemente al desarrollo de una "burbuja urbana virtual -escribe Virilio- en la cual el espacio público definitivamente ha cedido el lugar a la imagen pública"1 .

Tal vez la pregunta que quiero compartir con vosotros es la de cómo incentivar la creación de estructuras colectivas que nos permitan evitar el dictado de "Matrix", cómo imaginar dispositivos que impidan su construcción. Si el fin del mundo es imaginado como "el desierto de lo real" destruido por la dominación de lo virtual, de lo que se trata es de resistir a ese destino.


A lo que estamos asistiendo ciertamente es a la anulación de la distancia. Virilio señalaba los peligros de la pérdida de la ciudad real. La ciudad real desaparece, se desurbaniza justo hoy al borde de su implosión, al borde de su estallido catastrófico. "Pienso -escribe- que por culpa de las tecnologías estamos perdiendo el propio cuerpo en aras del cuerpo espectral, y el mundo propio, en aras de un mundo virtual"2 -del cibermundo-.

Jean Baudrillard nos propone otro término para definir esta situación actual de pérdida de distancia: el de "pantalla total". Escribe: "vídeo, pantalla interactiva, multimedia, Internet, realidad virtual: la interactividad nos amenaza por todos lados. Lo que estaba separado se ha confundido en todas partes, y en todas partes se ha abolido la distancia: entre los sexos, entre los polos opuestos, entre el escenario y la sala, entre los protagonistas y la acción, entre el sujeto y el objeto, entre lo real y su doble"3.El sujeto puede en primera instancia sentirse plenamente realizado, próximo a la felicidad. Pero cuando llega este punto "se convierte de forma automática en objeto y cunde el pánico"4.

En relación a la metaforización de la construcción de la subjetividad del siglo XXI nuestra posición es forzosamente contradictoria, ambigua, y demanda por tanto un compromiso. Pero no por ello huye del futuro. Wim Wenders hablando de su famosa película Hasta el fin del mundo (1990), reconoce que su película es una cascada de imágenes porque el futuro será una cascada de imágenes.Según él no se puede hacer una película de ciencia-ficción puritana.


Escribe: "Si esta película es una mirada crítica dirigida hacia las relaciones futuras con la visión, no puede ser solamente crítica". No se puede hacer una película de ciencia-ficción contra el futuro. Y continúa: "No se puede hacer una película contra las relaciones con las imágenes y querer guardar imágenes sagradas".
Tampoco se puede entonces hablar de la construcción de la subjetividad, y prefigurarla solamente como el lugar de todos los monstruos, como el nuevo espacio de la codicia humana. El gran problema desde siempre y más ahora es el de saber quiénes somos y cómo podemos ser en este espacio de las redes de la nueva comunicación. Un espacio tremendamente atractivo, y al mismo tiempo un espacio lleno de peligros de dominación y perdida del control. A partir de una premisa que se impone como paradigmática de la condición postmoderna: la concepción de la identidad como una "construcción social".

El cyborg como metáfora del sujeto posmoderno

En este siglo que empieza el reto está en la forma que adoptará la figura del Cyborg. Cyborgs ya somos todos. Pero, ¿cómo seremos, qué rostro, qué género, qué identidad, qué sexualidad, ...?
"A finales del siglo XX todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo; en una palabra, somos Cyborgs. El Cyborg es nuestra ontología, nos otorga nuestra política"5, escribía Donna Haraway.


Donna Haraway es una de las teóricas más influyentes en el mundo académico y una de las pioneras en pensar las cuestiones de la identidad humana modificada irreversiblemente por las nuevas tecnologías, como propone en su célebre manifiesto, "Manifiesto para cyborgs" (1984).
La mitología del cyborg de Haraway está apoyada en la crítica al sujeto autónomo y centrado del modelo moderno. En el momento en que las nuevas tecnologías cibernéticas de poder comienzan a actuar y a penetrar en los cuerpos de las personas, empiezan a generar nuevos tipos de subjetividades y nuevos tipos de organismo: organismos cibernéticos, cyborgs.
Un cyborg que poco tiene que ver con los terminators quebrantahuesos a lo Arnold Schwarzenegger. Al contrario, un cyborg es un sujeto que se sabe "no todo", incompleto, "otro". Y que por tanto, se identifica a la postre con todos los "otros" -las mujeres, minorías étnicas y raciales, homosexuales, incluso como un otro "masculino" -pero en tanto que no dominante, en cuanto liberado él mismo de cualquier pretensión hegemónica, centrada, estable. La aventura del cyborg es, bajo esa perspectiva, la aventura misma del sujeto contemporáneo.
La imaginería del cyborg es una de esas figuras privilegiadas de lo moderno que ejemplifica el lugar de la contradicción -del peligro y de la esperanza. Por una parte, el cyborg es el lugar horror de las creaciones científicas, pero al mismo tiempo es la ficción del nuevo Prometeo del siglo XXI.


Ningún optimismo ingenuo, sin embargo, nos evita sentir un escalofrío hacia esas nuevas configuraciones posmodernas del poder en manos de las corporaciones multinacionales, los ingenieros genéticos o los magnates de los medios de comunicación. El manifiesto de Haraway es también un grito de alarma. Una llamada política y estratégica para evitar caer en una realidad marcada de nuevo por la opresión. Reclama una participación en la construcción de un futuro mejor. Escribe: "… nuestro reto es luchar por un cyborg emancipado: por la fluidez, por lo heteromórfico y por la confusión de los límites; por el control de las estrategias posmodernas, por las condiciones y las interfaces limítrofes…."

Cyberfeminismo

Hacer habitable la red, urbanizar este territorio expandido de las comunicaciones informáticas ha sido uno de las tareas que han convocado a muchos artistas, críticos, activistas políticos, e historiadores. La década anterior se ha desarrollado en el espacio cybernético motivada, con gran generosidad por muchos de sus pioneros, por un último aliento utópico -tal vez característico de todo fin de siglo- que intentaba aplicar los criterios de interactividad, y participación, bajo la perspectiva de hacer posible la globalización de la creatividad y la universalización de las libertades.
En este contexto, el cyberfeminismo se puede entendió como un espacio abierto de posibilidades que se dan para el pensamiento y el activismo feminista en la red
Recordemos que coincidiendo con los orígenes del Net Art algunas de las artistas más reconocidas de los ochenta-como Jenny Holzer, o Julia Scher- junto con otros artistas como Lawrence Weiner, estuvieron invitados por Benjamin Weil a experimentar con los procedimientos de Internet en uno de los web sites más míticos Äda'Web.


Sin embargo el momento álgido del cyberfeminismo se desarrolla cuando en septiembre de 1997 se celebró en Kassel la Primera Internacional Cyberfeminista en la Documenta X.
Net artistas mujeres comenzaron entonces a ganarse una posición reconocida. Rachel Baker, Josephine Bosma, Shu Lea Cheang, y las VNS Matrix -un grupo de artistas y activistas de Adelaide (Australia) que escribieron ya en 1991 el primer Manifiesto Cyberfeminista-, todas ellas eran de las pocas mujeres que estaban haciendo importantes trabajos.
Internet en general vivía en aquellos años un momento de euforia y entusiasmo, y un movimiento tan plural y activista como el cyberfeminismo nacía en un clima de optimismo.
Muchas son las preguntas que podemos hacernos. Entre ellas, las que nos plantea Alex Galloway: "¿En qué medida nos marca sexualmente la tecnología?, ¿Se consigue desterrar la discriminación de Internet con el anonimato sexual del medio?, ¿Puede la tecnología ayudarnos a superar el patriarcado?"
De la virtualización a la materialización
Los teóricos de la red hablan ya de un segundo momento en lo que se refiere al ciberespacio. Aquel en el que dejemos de importar información a la realidad virtual -proceso de virtualización, para comenzar a desarrollar a través de la nanotecnología (esa ingeniería de ordenadores moleculares capaces de juntarse y de reproducirse solos en el interior de las células humanas), la biotecnología, la ingeniería genética (desarrollo de la clonación, reproducción asistida, selección de la especie), un proceso de materialización de lo virtual..


Organismos cybernéticos, androides, replicantes, humanos biónicos, hombre/máquinas e híbridos, los cyborgs representan una infamiliar "otredad" frente a la estabilidad de la identidad humana. Al cuerpo del cyborg se le considera transgresivo con el orden de la cultura dominante, y no tanto por ser una naturaleza construida, sino por su diseño híbrido. Están abiertos a todas las posibilidades del ser. No son seres que procedan de la transmisión especifica de un código heredado, sino el resultado de una ingeniería, del laboratorio, de una aplicación del conocimiento al deseo o la voluntad. Por esta razón, el cyborg nos proporciona también un contexto privilegiado para estudiar la identidad de género como resultado de una producción simultánea de materia y ficción, cuerpo y cultura.

En cualquier caso, la problemática del sexo y su relación con las nuevas tecnologías es una de las cuestiones más actuales que se plantean en el territorio de la red. Precisamente en el último Ars Electrónica 2000 -que se celebró en septiembre-, un festival que está programáticamente dedicado a explorar los caminos por los que los artistas y la tecnología pueden influir en los cambios sociales y políticos, tuvo como tema general: El próximo sexo. La sexualidad en la era de la procreación supérflua. Y su objetivo fue el de investigar combinando una aproximación científica y artística al mismo tiempo "los contornos de una sociedad -declaran los organizadores- en la cual el ser humano es genéticamente configurado -no simplemente nacido, sino fabricado-, en la cual el sexo es relevado de su función indispensable para la reproducción, y en la cual la batalla de los sexos tanto como los mecanismos morales en nuestra sociedad deben ser reorganizados". "Esta excursión en el futuro de la humanidad -continúan explicando- es significante en el trazado de las rutas por las que se encaminará nuestro futuro -una aventura en la cual el arte no debe permanecer excluido de la conciencia moral de la sociedad".


Esta problemática está generando sin duda un amplio espacio de debate en la red. Como por ejemplo, las actividades del grupo subRosa6, dedicadas a las relaciones entre el cuerpo femenino, la biotecnología y las técnicas de reproducción. O las distintas listas de correo y forums que plantean la cuestión entre tecnologías reproductivas y cyberfems.

Paradojas y peligros de la feminización cyborg

Feminización del cyborg como metáfora de la condición posthumana en la que los límites entre los sexos se hacen cada vez más borrosos. Esta confusión, sin embargo, no debemos olvidar que no siempre beneficia a las mujeres. O por lo menos debemos estar atentos a la recreación de un imaginario cuyas consecuencias aún no podemos calibrar.
En el caso, por ejemplo, de la ciencia-ficción las fantasías sobre el cuerpo femenino están relacionadas especialmente con el cuerpo reproductivo. Sistemas alternativos de procreación y nacimiento que en algunos casos remiten a lo monstruoso.
En Alien, clásico del género, el ordenador principal se llama "madre", y el monstruo es también una madre malvadísima, reproduciéndose como un insecto monstruoso que pone huevos en el estómago de la gente en un acto de penetración fálica por la boca. Madre como fuerza generadora omnipotente, prefálica y maligna. Un abismo.
Y en Matrix -útero universal- en el que todos estamos atrapados, y desde el que somos programados. Atrapados en su existencia -somos seres tejidos en la gran red de redes-, incapaces de escapar a la "otra" realidad más auténtica.
En el lugar de la mixticidad de los géneros, apropiación de la Gran Madre arcaica dominadora, castigadora, represora, recipiente todopoderosos de la vida y la muerte. Hélène Cixous o Julia Kristeva reivindicaron la fuerza de lo maternal como una fuerza propia de lo femenino que podía conducir a una "feminización de la existencia" en el sentido que estamos defendiendo de disolución en el lenguaje, de experiencia de fin de los sistemas dominantes, de las jerarquías.


Es evidente que las nuevas tecnologías no son en si mismas ninguna panacea de salvación, ni ninguna utopía realizada. Promueven el ejercicio de la palabra pública de las mujeres, pero también reproducen sus estructuras de desigualdad y de dominio.
El milenio se inaugura sin duda con operaciones de alto riesgo desde todos los puntos de vista político, económico, social, y por supuesto respecto a la subjetividad de los individuos. Sin duda la lucha de las mujeres ha sido y es imprescindible, pues la dinámica democrática sigue siendo insuficiente y los roles aplicados a los sexos se renuevan sin cesar. La batalla para alcanzar las metas pendientes requiere no sólo las transformaciones necesarias para que las mujeres adquieran las posibilidades estructurales para acceder al mundo del trabajo en plena igualdad de condiciones, sino además una feminización del poder, del capitalismo, de los imaginarios simbólicos de nuestra sociedad. Y esto como podéis suponer no es una tarea fácil.
En el último encuentro internacional cyberfeminista, organizado en 1999 por el grupo de Old Boys Network, las preguntas que reunían a las participantes insisten en luchar contra el dominio de la tecnología, cómo activar el Hakerismo, cómo hacer frente a la globalización. Y en el séptimo encuentro de Estudios de Performance Internacional en la primavera del 2001, se organizó un panel cyberfeminista para analizar su carácter nómada, de frontera, para explorar las transformaciones y transgresiones posibles en el ciberespacio.
Su deseo en ambos casos: potenciar la red de redes como única esperanza de imaginar un mundo distinto -como única forma de enfrentar la comunidad que viene.
No una comunidad regulada por los efectos de identidad, sino meras comunidades fluctuantes reguladas tan sólo por la instantánea y efímera expresión de la diferencia.


No es este, sin embargo, un alegato a favor de los nuevos medios. No hay inocencia en ellos, ni son en sí mismos ninguna salvación. Simplemente, son un medio cuyas potencialidades permiten aún ejercer una resistencia ante la esfera plana de los acontecimientos.La red como sueño de la urbanización dispersa.
Notas
1.Paul Virilio, Cibermundo ¿Una política suicida?, Dolmen Ediciones, Santiago, 1997, p. 47.^
2.Ibidém., p. 49. ^
3.Jean Baudrillard (1993), Pantalla total, Anagrama, Barcelona, 2000, p. 203. ^
4.Ibidém., p.207. ^
5.Donna J. Haraway (1984), "Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX", en Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza (1991), Cátedra, Madrid, p. 254. ^
6.http://www.cyberfeminism.net/index.html ^
7.http://www.obn.org/index.html ^
8.http://thing.at/face/index1.htm ^
9.http://www.axisvm.nl/ ^
10.http://www.dykeactionmachine.com/ ^

lunes

El ocaso del feminismo pop


Por Cecilia Pavón

Según la lógica del marketing , un producto televisivo de los años noventa que una década después reaparece en formato cinematográfico tiene todo para entretener o poner nostálgicas a las mujeres que seguían aquella serie con un entusiasmo muy parecido a la devoción. Sin embargo, ése no parece el caso de la película Sex and the City . Y es que, después de dos horas y veintidós minutos de ver a cuatro señoras que no paran de comprar artículos de lujo en la Nueva York anterior a la crisis de las hipotecas, la conclusión es más bien decepcionante. Nos preguntamos: ¿de veras era tan increíblemente novedoso y divertido ver a mujeres que hablaban de sexo en televisión? ¿Mujeres que se compraban zapatos caros para que no se sintieran solos aquellos que ya tenían en el armario? ¿Mujeres exitosas de más de 30 años, a la espera de un "príncipe azul" que finalmente les diera sentido a sus vidas? ¿Damas que se vestían como chicas de veinte sólo para parecer señoras de casi cuarenta comportándose como jovencitas? Tal vez, la cuestión no es que todo esto nos gustara; lo preocupante del asunto radicaría en que por entonces pensábamos que esta serie hablaba de mujeres "fuertes".


De hecho, hasta estábamos seguras de que Sex and the City era una serie feminista (y eso hacía que nos gustara más). Y no solo nosotras, también algunas académicas de importantes universidades de Estados Unidos compartían el mismo fervor: "Aunque su contenido no es completamente queer , programas como éste tienen el potencial de crear más tolerancia social y cultural en relaciones de todo tipo", escribía en 2001 Jane Gerhard, profesora de la Universidad de Harvard. "Es la primera épica femenina global, la respuesta a la pregunta planteada por Virginia Woolf en el ensayo Un cuarto propio : ¿Qué harán las mujeres cuando finalmente sean libres?", apuntaba la ensayista Naomi Wolf en su artículo "Sex and the Sisters" (2003). Efectivamente, la fantasía de que lo único que las mujeres necesitábamos para atravesar los momentos difíciles de la vida eran buenas amigas y un par de tacos aguja estaba respaldado por una parte significativa del discurso académico norteamericano de los años noventa. Era lo que se conoció como "posfeminismo" o "feminismo de la tercera ola", y que, a grandes rasgos, podría definirse como una disciplina que se preguntaba, con distintas variantes, por el problema de la identidad: qué define la identidad de "género" y, por extensión, cómo se construye cualquier identidad.

Una de las respuestas más contundentes a este problema de origen académico fue la de la teórica Judith Butler, que en El género en disputa (editado en Hispanoamérica por Paidós, más de cien mil ejemplares vendidos en inglés) define el "género" como una matriz social construida culturalmente a la que sería necesario deconstruir. Según este enfoque, la agenda política del movimiento feminista ya no debía privilegiar la lucha por la igualdad de derechos y contra la discriminación, tal como habían hecho las feministas de principios de los años sesenta (o de la "segunda ola") con sus marchas para terminar con la segregación sexual, siempre bajo el lema "liberación femenina". Para las nuevas feministas, más alejadas del activismo y definitivamente próximas a los departamentos de teoría literaria, lo urgente era otra cosa: cuestionar el mismísimo concepto de mujer. Según ellas, sin una revisión escéptica de las categorías heredadas, era imposible actuar políticamente de manera relevante.


Hablar en nombre de las mujeres presentaba el riesgo de caer en el esencialismo, la Bestia Negra del posestructuralismo francés de moda por entonces. La tarea principal consistía en dudar de la ficción inherente al "género" y analizar con escepticismo el modo en que esta ficción se articulaba en los artefactos culturales de la sociedad.

Aunque a simple vista no lo parezca, la construcción narrativa de Sex and the City no está tan lejos de esta postura. La serie habla claramente de mujeres, pero el foco no está puesto tanto en sus experiencias personales -profesionales, exitosas o en busca del amor, es decir, en sus interacciones concretas en el mundo- como en sus charlas sobre estas experiencias. En la trama de la película, este amor por la conversación también es protagonista. Ante la actitud dubitativa que el novio de Carrie tiene quince minutos antes de subir las escaleras que lo deberían llevar al al altar, la exagerada reacción de la novia consiste en tirar su teléfono celular, bloquear su dirección de correo electrónico y huir de vacaciones con sus tres amigas a un resort en la costa mexicana. Allí sufrirá como se supone (en un hotel cinco estrellas) pero, sobre todo, superará la situación hablando sobre lo que le acaba de pasar, analizando los hechos, y bromeando con sus pares. Este cuestionamiento que la crítica feminista de los años noventa tenía como meta se fundamentaba "en la idea errónea de que podríamos alcanzar un punto de vista externo desde el que veríamos que los artefactos culturales y las prácticas como el sexo y el género son construcciones", tal como apunta la profesora de la Universidad de Berkeley Linda Zerilli en El feminismo y el abismo de la libertad (FCE). Pero, ese "punto de vista externo", ¿no es el recurso narrativo que sostiene el relato de Sex and the City ? En la serie y la película, todo lo que una mujer necesita en la vida para superar los malos momentos (léase, el maltrato de los hombres) es tres amigas con las que conversar en un bar. Si el bar está en Manhattan, mejor, pero lo central es que la otra parte en conflicto permanezca excluida de la conversación. Durante los cuatro años que duró la serie, los galanes tuvieron poco y nada que decir, y si sumáramos los parlamentos de los varones en la película no llegaríamos ni siquiera a un cuarto de hora.


La estrategia de separar los conflictos cotidianos de su contexto para luego analizarlos desde una posición externa (la charla de café) y pensar que así se superan tiene una contrapartida: la victimización. Porque así como la fábula básica de los estudios culturales de los años noventa (en los que se insertó cómodamente la crítica literaria feminista) es que el poder (falocéntrico, heterosexual, etcétera) es dueño del lenguaje y lo usa para engañarnos hasta que viene la crítica universitaria y nos dice que todo es una construcción ideológica de la que hemos sido víctimas, las charlas de Carrie, Miranda, Samantha y Charlotte están siempre marcadas por la idea de que los hombres son neuróticos e inmaduros y lo único imprescindible son otras amigas que nos expliquen cómo hemos sido víctimas de la insensatez masculina. Tal vez podamos superar los desplantes de los varones y hasta logremos casarnos con ellos, pero la dinámica de fondo no se altera: lo que nos corresponde hacer como mujeres es ser víctimas, y poder darnos cuenta.

Le Tigre, una banda de chicas universitarias formada en 1998 en el underground neoyorquino, define su ideología como "feminismo pop" y también avanza en la misma dirección: "Voy a ir a la marcha de lesbianas porque me gusta marchar rodeada de mujeres. Mujeres desnudas marchando, nadie nos dice qué hacer y qué decir. Somos una masa fuerte de furia feminista", cantaban en su disco Feminist Sweepstakes (2001). Tal vez resulte llamativo comparar las letras de Le Tigre con las de The Pipettes, otra banda de mujeres surgida diez años después en Brighton, Inglaterra. En We Are The Pipettes (2006), su disco debut, estas chicas que hoy trepan a los rankings de su país también hablan de feminismo y utilizan imágenes relacionadas con la sexualidad en sus artificios pop: "Aquella noche te fuiste con tu fan/ y contribuiste a mis aflicciones feministas./ Aflicciones feministas, aflicciones feministas/ para entrepiernas feministas, entrepiernas feministas, oh oh oh" cantan en "One Night Stand". En su caso, la ironía con respecto a un término tan cargado de significados y reinterpretaciones no implica que renuncien a articular un discurso en torno al problema del feminismo, con el que claramente dialogan.


Como propone Linda Zerilli, la tarea del feminismo no debería ser "la de preguntarse por el significado de la palabra ´mujer , sino la de pensar nuevos contextos para esta palabra". "No quiero enamorarme, / no quiero ver estrellas, / sólo quiero llamarte la atención, / no quiero ser agasajada,/ sólo quiero tropezarme con vos esta noche, / porque no es amor, pero igual es un sentimiento / es mi cuerpo que se tambalea para moverse cerca del tuyo" concluyen en "Because It s Not Love (But It s Still a Feeling)". Que tres chicas canten que no les interesa el romance, pero sí tener un acercamiento físico y despreocupado con un compañero de baile, y, más aún, que reivindiquen esto como un sentimiento, resulta sin duda más osado (e innovador) que la actitud de cuatro amigas obsesionadas por encontrar marido y que, al fracasar en su búsqueda, reivindiquen su condición de víctimas compartida con otras mujeres, como ellas, "fuertes".

En la línea de Zerilli, podría decirse que la posición implícita en el universo discursivo de The Pipettes "no opera por medio de la duda radical, sino de la imaginación radical, es decir, la creación de figuras o modelos de lo pensable". Hoy hay toda una serie de bandas indie en las que podríamos leer una operación similar: podría decirse que Miss Kittin, Yelle, Peaches, Chicks on Speed y las locales Kumbia Queers, por nombrar algunas, están más preocupadas en imaginar nuevos contextos para las mujeres que por denunciar su lugar de víctimas. Y seguramente a ninguna de ellas les importa si el hecho de identificarse como mujeres es un constructo ideológico internalizado que se debería deconstruir.

De todas maneras, quizá no sea en el terreno musical donde se encuentren los modelos más claros de un feminismo con potencial innovador, sino en el de la tecnología. Allí, la necesidad de crear nuevos contextos para las mujeres también afecta a los hombres. Basta con ver que una figura como Sir Tim Berners-Lee, cuyas ideas inspiraron la creación de Internet, hizo en octubre pasado un llamado para acabar con la "estúpida" cultura tecnológica masculina que tiende a ignorar el trabajo de ingenieras capaces y desanima a otras a entrar en la profesión. "Si hubiera más mujeres involucradas en el diseño de sistemas podríamos evolucionar hacia la interoperabilidad", dijo Berners-Lee. El concepto de "interoperabilidad" (central en el diseño y la arquitectura de la actual Internet) se refiere a la habilidad de diversos sistemas y plataformas para trabajar en conjunto. A mayor interoperabilidad, mayor eficiencia en la performance de los sistemas.


Empresas líderes en el sector tecnológico siguen esa política. Entre los encuentros organizados en febrero pasado para la Semana de la Ingeniería Informática, Google llevó a un grupo de niñas de escuelas primarias a conocer al equipo de programadoras de la empresa. El objetivo del evento era promover el acercamiento de las niñas con vistas a que, en el futuro, más chicas decidan inscribirse en carreras como Ciencias de la Computación y Diseño de software , en las que hoy apenas el 30 por ciento de los graduados son mujeres. Es muy probable que las metáforas provenientes del campo tecnológico hoy sean más útiles a la hora de articular figuras de lo pensable para una agenda feminista que aquellas surgidas de la teoría literaria posestructuralista. En la Web, la pregunta por el lugar de las mujeres en el campo de la ciencia encuentra respuestas innovadoras en sitios como www.shessuchageek.com , que reúne a mujeres interesadas en "ciencia, tecnología y otros temas nerdies ". Allí pueden encontrarse los vínculos de blogs de profesoras de física, así como iniciativas autogestionadas para promover la capacidad científica global. Asociados al ámbito académico, los estudios feministas también se desplazan hacia el campo de las ciencias "duras", tradicionalmente vinculados con la cultura blanca masculina. Un buen ejemplo de esto es la obra de la física y teórica feminista Karen Barad, profesora de la Universidad de Santa Cruz, California. En su libro Meeting the Universe Halfway (2007) hace una lectura feminista de la mecánica cuántica desarrollada por Niels Bohr, y propone una nueva epistemología basada en el concepto de interacción entre materia y significado. Según dice, lo que el feminismo hoy en día tiene para aportar es una nueva mirada sobre los procedimientos científicos. Para ella, "las políticas de género no deben restringirse al modo en que se relacionan hombres y mujeres sino que su foco principal debería estar centrado en cómo entender conceptos como cuerpo y racionalidad, y las fronteras entre naturaleza y cultura". Sin duda, una ambiciosa agenda de horizontes, que deja definitivamente atrás la "novedad" que alguna vez significó ver las charlas de café (y tragos Cosmopolitan) de cuatro amigas en Manhattan.